Oro negro.


             En Los Teques empezaron a decirle ¨oro negro¨ al café debido a lo difícil que se volvió conseguirlo en estos tiempos, por esta razón Marta Delgado se veía en la necesidad de ir todos los sábados después del trabajo a Caracas para probar suerte, y si bien no siempre conseguía, las posibilidades eran infinitamente mayores en la capital. A su esposo le molestaba su casi obsesiva insistencia, pero por mucho que tratara de persuadirla el café era demasiado importante para ella, mayoritariamente debido a que le daban terribles dolores de cabeza si no lo tomaba en la mañana antes de salir, y se estaba poniendo tan caro beberlo en la calle, que prefería perder su tarde de sábado en una cola en algún bicentenario de Caracas a gastar tanto dinero diariamente. Ya varias veces había tenido que ir a trabajar con dolor de cabeza y no se podía dar el lujo de faltar ni de seguir trabajando en esas condiciones. 

                Justo era viernes, y a pesar de la discusión casi religiosa con su esposo sobre si debería ir o no, Marta estaba decidida a conseguir el café, por esta razón ella contaba con un plan, y aunque no le gustaba lo que se había ingeniado no podía darse el lujo de regresar sin café otra vez, no lo soportaría, su mente no lo aguantaría. Habló con un sobrino que todos en la familia afirmaban, andaba en ¨vainas raras¨, y le preguntó si estaba interesado en obtener un poco de café gratis, a cambio de ayudarla a conseguirlo. El sobrino, extrañado de ver a alguien que él consideraba tan correcto, pedirle un favor a un ser con su execrable reputación, aceptó sin preguntar mucho. Lo hizo más por sentirse aceptado que por otra cosa; después de todo, casi nadie en la familia le hablaba, así que aprovechó para poner la condición de que lo invitara a la cena navideña de ese año, que sería en unas semanas, debido a que ni en su propia casa se sentía cómodo para celebrar las festividades. Marta aceptó; no le importaba mucho mientras fuera solo él, ya que no estaba invitando a ninguna de las amistades con las que él se juntaba. El sobrino accedió y la mujer empezó a explicar entonces el plan que se llevaría a cabo al día siguiente.

II

                Marta tenía cuarenta y cinco años, estaba casada con un operador de metro desde hace diecisiete, tenían tres hijos: Uno de diecinueve, uno de doce y otro de ocho. Llevaba ya casi doce años viviendo en Los Teques y, aunque no le gustaba mucho, sentía que era mejor que vivir en Caracas. Sin embargo, últimamente sentía que la situación había cambiado, puesto que la escasez pegaba más fuerte que en la capital. Marta era baja y de tez morena, en su juventud los hombres la buscaban mucho, solía lucir su cuerpo con ropa apretada ´¨lo que uno tiene hay que mostrarlo¨ le explicaba entre risas a sus amigas, pero ya había envejecido, estaba deteriorada: mucho trabajo, muchas colas, muchas peleas con su esposo y con sus hijos.

                Llevaba casi dos horas en la cola y sentía como si aún estuviese por la mitad. Estaba malhumorada, hacía calor, y preferiría estar en cualquier otro lugar menos en ese, cualquier otro. Las horas pasaban, miraba a la gente con desdén: unos niños corrían y gritaban mientras su madre les mentaba la madre -irónicamente-, el padre de las criaturas no les prestaba atención, estaba distraído jugando en su celular; otra madre, un poco más adelante, amamantaba a su recién nacido; había mucha gente charlando, algunos eran amigos que se habían avisado por teléfono que habría café. La gente que se encontraba delante de ella estaba ansiosa y la que se encontraba detrás estaba iracunda, mientras tanto Marta estaba sumergida en este desastre, y lo más increíble era que ni siquiera estaba cerca de la entrada.

                De repente empieza una conmoción al principio de la cola, mucha gente empieza a acumularse en un punto, se oyen gritos; Marta, quien siempre ha sido curiosa, se acerca para ver qué estaba pasando. Resulta que a un hombre le estaba dando un paro cardíaco. El hombre pedía a gritos que viniera su esposa, decía no poder respirar. La gente a su alrededor trataba de calmarlo, llamaron a una ambulancia, trataron de hacer que se sentara pero el hombre estaba frenético, les costaba mucho tenerlo agarrado. Algunos no se movían de la cola debido a que había gente a la que sinceramente no le importaba lo que estaba sucediendo, mientras que otros temían que en la conmoción perderían su puesto o peor aún les quitarían las bolsas que traían de otras colas.

                Marta no salía de su asombro, aquel hombre estaba haciendo lo mismo que ella había planeado hacer: fingir un ataque mientras su sobrino tomaba las bolsas que la gente dejara en el piso, solo que el ataque de este hombre era real, estaba sudando, y a ella le parecía que era imposible fingir gritos tan desesperantes como los de aquel pobre señor. Entonces sucedió algo que nadie podía prever, el hombre se empezó a calmar, se puso pálido y alguien que trataba de sostenerlo dijo que se estaba poniendo frío, la gente alrededor se asustó, se miraban a las caras preocupados y desconcertados, nadie sabía qué hacer y lo peor, nadie quería moverse de su sitio. Por fin entre el tumulto, alguien logró localizar a un médico quien al tocar al hombre, que para ese momento no se movía, sentenció con convicción que ya nada podía hacerse. Debían llamar a una ambulancia para que lo llevaran a examinar pero probablemente moriría en el camino -afirmó el médico sin demasiada conmiseración en su voz.



                ¨Ya llamamos a una hace rato¨ - profirió uno de los presentes. Casi una hora después llegó la ambulancia, pero para ese momento ya era demasiado tarde. Los paramédicos -ante la constante interrogante de la gente-, infirieron que el hombre había muerto por un ataque al corazón, y se lo llevaron. El lugar quedó en silencio por un rato, pero se escuchaban murmullos por todos lados. La cola siguió andando, era como si nada hubiera pasado. 

III

                   La cola se había movido, y por supuesto ya se había acabado el café. A Marta le faltaban solo dos personas por delante cuando recibió la desagradable noticia. No supo de su sobrino sino hasta que llegó a su casa, trató de llamarlo y no contestaba, trató de buscarlo entre la multitud y no lo veía por ninguna parte. ¨¿Donde se habrá metido ese muchacho?¨ pensó.
               
                Desconsolada, Marta subió al metro con dirección a los Teques y después de tomar su respectivo autobús y pasar por más o menos unas diez paradas, llegó por fin hasta su casa. ¨Otra búsqueda sin sentido¨ -se dijo a sí misma. Su esposo la regañaría por irse tan lejos a perder el tiempo otra vez, y ella se acostaría temprano hastiada de este país y de esta situación. Pero en vez eso, lo que halló fue en sí más impresionante aunque no por ello menos desagradable: Encima de la mesa de la cocina se hallaba una bolsa de café con una nota debajo que decía: ¨No logré sacarle nada a la gente, con todo y lo que estaba pasando nadie se desprendía ni un segundo de sus bolsas, pero al señor que murió nadie le estaba cuidando las suyas y entre lo que tenía encontré esto, feliz navidad tía¨.




                                                                                                                                                 D.e.i.r. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

NGE

Espiral sin sentido.