La librería de Plaza Venezuela.

 La librería de Plaza Venezuela.

 

            Solo fue casualidad. Aquella no era mi ruta habitual. Pero, ese día, por alguna extraña razón, sentí la imperiosa necesidad de tomar un camino distinto. Una forma de cambiar mi rutina diaria, supongo. Mientras subía aquella atareada acera, mis ojos se posaron en un negocio de fachada pequeña y un poco descuidada, en el que vendían libros usados.

Jamás pensé que me conseguiría con una librería tan grande y hermosa; justamente en Plaza Venezuela de todos los lugares. Afuera, había un mundo lleno de bullicio y comercio. Pero, por dentro, todo era pacífico, como un universo alterno, en el que me encontré por casualidad. También, en el que tuve el placer de conocer a Alejandro y la desgracia de conocer a David.

A partir de entonces, empecé a ir todos los días a la librería. El dueño, Alejandro, solía habilitarme un espacio en la parte trasera para leer. Solíamos hablar un rato sobre cosas tontas, nimiedades cotidianas. Disfrutaba mucho visitar la tienda para hablar con él, pero nunca me agradó la presencia de su ayudante David.

Alejandro manejaba la entrada y a los clientes. David, se encargaba del inventario. Alejandro era nervioso pero jovial. Su ayudante, por otra parte, era malhumorado, siempre andaba encorvado, inmerso en sus propios pensamientos. Tenía una enfermiza obsesión con el orden -siempre estaba acomodando y reacomodando los tomos, como si buscara algo- y desprendía un olor nauseabundo al hablar.   

Todavía recuerdo el día que todo cambió. Fui a la librería para devolver un tomo. La puerta estaba entreabierta. Entré, empecé a escuchar ruidos en el fondo, y en uno de los corredores, pude ver algo extraño en suelo. Parecía un pasadizo secreto.

Bajé, seguí caminando y al final los conseguí a ambos. El piso tenía un extraño símbolo dibujado con color rojo. David estaba de pie y Alejandro estaba tirado en el suelo, retorciéndose. David tenía un extraño libro en la mano. Necronomicón, llegué a vislumbrar en la tapa.

-          ¡¿Qué está sucediendo?! - Grité.

-          ¡Vete, aléjate! – gimió Alejandro, mientras jadeaba y se agarraba el pecho.

Instintivamente traté de acercarme para ayudarlo. Por un momento me olvidé de la presencia de David. Pero entonces, este me apuntó con un cuchillo.

-          ¡No te muevas! – Me gritó ¡Por fin seré libre!

-          ¡¿Qué sucede?! No entiendo - Pregunté angustiada. Pero antes de que pudiera decir algo más, se abalanzó contra mí.

A partir de ahí mis recuerdos son borrosos. Para cuando desperté, David ya estaba muerto. Alejandro y yo envolvimos el cuerpo y lo colocamos en una esquina dentro de ese horrible sótano. Y al lado, guardamos el extraño libro.

Durante mucho tiempo, pensé que el propósito de ese oscuro ritual había fracasado. Para cuando recordé las palabras que me dijo David antes de atacarme, ya habían pasado varios años. Y para cuando empezamos a notar los síntomas, ya habíamos vendido la librería y nos habíamos mudado muy lejos.

Así que ahora, tantos años después, Alejandro y yo volvimos al lugar que cambió nuestras vidas. La librería fue abandonada hace mucho tiempo; ya no me parece mágica ni hermosa. Es muy diferente de como la recuerdo. Parece más bien un lugar lúgubre y tenebroso. Sin embargo, nosotros también hemos cambiado, aunque en mi caso no lo aparente.

Sostenemos nuestras manos antes de dar el primer paso. Alejandro sabe que me aterra la sola idea de bajar a ese sótano, pero necesitamos conseguir el libro antes de que sea demasiado tarde. No quiero tener el mismo destino de David. No quiero que sea demasiado tarde. No quiero deambular durante siglos antes de conseguir la cura, para esta horrible enfermedad, llamada inmortalidad.  

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